Supongo que, a bastantes lectores, les ocurrirá lo que a mi me ha ocurrido en relación a D. Juan González Acevedo y es que desconocía toda su historia hasta que, investigando, encontré su relación con Hortaleza.

Como más adelante describiré D. Juan González Acevedo tenía casa en Hortaleza donde se llevó a cabo un horrible crimen. Pero antes de entrar en los detalles me parece oportuno aportar algún dato biográfico de tan insigne personaje.

El Sr. González Acevedo nació en 1806 en Badajoz en el seno de una familia de campesinos. Estudió Leyes en Alcalá de Henares y terminó la carrera de derecho en 1831.

En 1840 se le nombró letrado consistorial del Ayuntamiento de Madrid, pasando a ser Alcalde por un periodo pequeño en el año 1841.

Sus enormes dotes de jurisconsulto le hicieron acreedor de diferentes nombramientos a los largo de su vida:

A finales de la década de 1840 formó de la Junta de Arreglo y Disciplina de Tribunas del distrito de Madrid.

En 1843 fue nombrado magistrado Honorario de la audiencia de Madrid, formando parte del Congreso en la segunda legislatura de 1843, como diputado por Madrid.

El Sr. González Acevedo, al igual que bastantes aristócratas de su tiempo, adquirió su casa en Hortaleza adonde venía con relativa frecuencia especialmente durante la época estival, que cuidaba un criado del pueblo.

Era el día 21 de Octubre de 1854 y los vecinos llevaban varios días observando que la puerta de entrada a la casa del Sr. González Acevedo se encontraba abierta, sin que se supiera del paradero de su criado que la guardaba.

Cómo el Sr. González Acevedo tenía su residencia en Madrid en la calle Tudescos, 5, los vecinos dieron cuenta de lo que habían observado a D. Antonio Barceló que era el alcalde de Hortaleza, quien, acompañado del escribano, practicó inmediatamente un detenido reconocimiento de la casa del Sr. Acevedo, del que resultó la convicción de que se había perpetrado un robo, escandaloso por todas sus circunstancias, y, tal vez, el asesinato  del  infeliz criado. Una vez informado el Sr. Acevedo, se personó inmediatamente en Hortaleza y reconocida la casa se comprobó que la puerta de la sala, donde se guardaban las llaves de las demás habitaciones, había sido forzada, arrancando de forma violenta la cerradura.

Los ladrones robaron cuanto les resultó de interés. Desde la ropa blanca de las camas hasta las colgaduras de la sala, dejando todos los muebles revueltos. Entre los efectos sustraídos figuran dos escopetas, una perdigonera labrada, un manto de terciopelo negro con galón de  plata, y un rosario afiligranado de este metal, pertenecientes  a una imagen de Nuestra Señora de la Soledad, patrona de Hortaleza, de la que era camarera la esposa de dicho señor Acevedo. El cuarto del criado se halló abierto y su ropa y dinero, igualmente, había desaparecido.

El suceso se puso en conocimiento del Juzgado de Chamberí y se comenzaron las primeras diligencias. Don Cayetano Arrea, juez de primera instancia de las aldeas del Norte, se trasladó a Hortaleza con el Excmo. señor Calleja y alguaciles. A pesar de las continuas averiguaciones seguían sin tener noticias del paradero del criado Antonio Sánchez, hasta que en la mañana del domingo se reconoció el pozo del corral y se halló el cadáver de Antonio Sánchez, que así se llamaba el criado, con una soga al cuello y señales de haber sido estrangulado y en camisa, con una herida en la cabeza.

Entre los vecinos existía unanimidad en designar a José Balseiro como uno de los presuntos asesinos. Que probablemente, por aquellas fechas, andaba merodeando por Hortaleza, después de que hubiera sufrido, diferentes prisiones y sido procesado por varios tribunales. Esta suposición produjo la captura de uno de los presuntos criminales con uno de los efectos robados.

Como consecuencia de este horrible crimen la prensa madrileña exponía su exigencias de más vigilancia en los siguientes términos: Que en los arrabales de esta capital viven muchos hombres honrados estamos muy lejos de ponerlo en duda; pero también tenemos la íntima convicción de que en ellos se encuentran algunos pájaros que no tienen profesión ni oficio conocido. Reciente está el horrendo crimen cometido en Hortaleza en la posesión del señor González Acevedo. La causa se está ya formando, y el tiempo nos aclarará si tiene cómplices en alguno de los puntos donde se albergan semejantes asesinos. Cuánta vigilancia se ejerce en estos parajes es poca para saber de qué modo viven tantos, á quienes jamás se les ve ocupados en talleres ni en ninguna profesión honrosa. Llamamos muy seriamente la atención de las autoridades sobre un punto tan capital para la seguridad de las vidas é intereses de los buenos ciudadanos.

Como principales acusados fueron detenidos Roque Quinteiros, Jose Balseiro que fueron condenados por homicidio y robo en la persona de Antonio Sánchez. En Segunda Instancia la Audiencia volvió a condenar a muerte a los encausados. La defensa la tuvieron encomendada varios abogados de prestigio como los señores Trelles, Bautista Alonso, Robledo, Modesto Blanco y Selva. La acusación la mantenían, además del fiscal, el señor González Acevedo.

Los abogados de la defensa pronunciaron discursos brillantes, especialmente los de los señores Alonso y Selva, pero el veredicto del tribunal y la intuición de los propios defensores apuntaba a la condena definitiva de Roque Quinteiros y José Balseiro. Sin embargo, una vez acabadas las conclusiones de los abogados defensores, se produjo la intervención del Sr. Acevedo sorprendiendo a los asistentes. Cuando todos esperaban una acusación que dejara al descubierto la estrategia de los defensores, el Sr. Acevedo, con voz solemne, aunque  conmovida, manifestó lo siguiente:

«He oído con suma atención las defensas. Había tomado notas para rebatirlas victoriosamente; y consultando con mi conciencia, creía, al hacerlo así, obrar con justicia; pero se ha apelado á mis sentimientos de hombre honrado y de padre de familia; veo las lágrimas de esos desgraciados que se sientan en el fatal banquillo, y no sería digno de que Dios perdonara mis culpas, si no lo hiciera yo de las ofensas recibidas en esta vida Balseiro y  Quinteiros. Dijo volviéndose a los acusados; Balseiro, Quinteiros, yo os perdono!…» 

Los asistentes, tanto abogados como el numeroso público que seguía las sesiones, se dejaron arrastrar por su sentimiento. El público quiso aplaudir pero el presidente Sr. Urbina, impasible como los demás magistrados, contuvo al público, diciendo con grave acento que en los tribunales de justicia no se permiten muestras de aprobación o desaprobación.

El señor Acevedo, con un rasgo tan propio de su carácter; impidió quizás que el pueblo de Madrid presenciara una escena de sangre.

El 10 de diciembre de 1858 S.M. indultó de la pena de muerte a José Balseiro.

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