Cuando murió Pedro Tobar, su padre, Francisco Tobar, tenía 77 años. Se había retirado a la finca de Hortaleza y vivía de los productos que la finca producía y de una pequeña aportación económica que le pasaba su hijo, gracias a la mediación de mi abuelo Guillermo.

Así, en 1932, cuando se produce la muerte de su hijo, Francisco pasó a ser heredero de todos los sus bienes, incluida la finca de Hortaleza.

Pero volvamos por un momento la vista atrás para revisar algunos momentos de la azarosa vida de Francisco Tobar.

Desde que nació su hijo Pedro, Francisco tuvo la sospecha de que su esposa, Gregoria, le había sido infiel. Probablemente esta idea haya sido el origen de algunos de los comportamientos de Francisco a lo largo de su vida. La sospecha de Francisco probablemente tenga algo que ver con su comportamiento de mujeriego.

Ese pensamiento que tenía Francisco Tobar en su cabeza, o esa certeza, le granjeó importantes enfrentamientos con su hijo a lo largo de su vida. Padre e hijo pasaron por momentos de verdadera tensión hasta el momento en que separaron tanto sus domicilios, como sus notarías.

Una de las disputas más sonoras que tuvieron, incentivada en parte por las maledicencias de Antonia, después de la muerte de Gregoria. Fue a raíz de la visita de Dª María a la casa de Francisco durante una enfermedad. La bronca, como ya se ha comentado en un capítulo previo concluyó con el destierro del padre en Málaga y dió paso a una época de alejamiento en la que Pedro Tobar no quería saber nada de su padre y Francisco, abandonado a su suerte, recurrió a mi familia para conseguir subsistir en el destierro.

Francisco conocía la oposición de su hijo a que contrajera nuevo matrimonio, pero Francisco estaba dispuesto a casarse con Dª María, como así hizo durante el destierro en Malaga. Dª María se trasladó a Málaga junto con Francisco hasta que regresaron a Madrid. La presencia de Dª María le proporcionaba a Francisco cierta tranquilidad, lo contrario que a su hijo que el matrimonio de su padre le parecía una afrenta más y un motivo más para su distanciamiento..

A la vuelta del destierro, Francisco, recurrió a la ayuda de mi abuelo Guillermo para que le encontrara vivienda en Madrid. Se encontró una casa en la calle Montera, 51, y allí se fue a vivir junto con Dª María, que ya era su esposa y con Antonia la criada.

Al poco tiempo de vivir en Madrid, Dª María cayó enferma y fue ingresada en un manicomio, por prescripción del médico. Durante las visitas diarias al manicomio donde fue recluida Dª Maria , Francisco, sin venir mucho a cuento, hacía algunos comentarios a mi abuelo de por qué complacía algunas de las peticiones que Antonia le hacía. Conociendo las inclinaciones que su tío Paco tenía no dieron mayor importancia a sus comentarios, aunque iban confirmando las sospechas de que en casa de su tío pasaba algo que no era normal. Las complacencias de Francisco Tobar a Antonia y las justificaciones, sin venir a cuento, de su actitud ante mis abuelos, delataban lo que podría estar ocurriendo.

Antonia jugaba sus cartas. Conocía perfectamente los gustos de D. Francisco fruto de sus miradas a través de la cerradura del cuarto de su señor, cuando estaba acompañado. Por lo que le resultaba sencillo agradar a su señor. Bien fuera por deseo o, sólo, por interés, el caso es que Antonia no perdía la ocasión de complacer a su señor.

Otro momento álgido en las discusiones entre padre e hijo tuvo lugar a la muerte de Dª María, la segunda esposa de Francisco Tobar. Pedro, tanto durante el velatorio como durante el entierro de Dª María, provocó situaciones de desprecio hacia la difunta que provocaron sendos sincopes en su padre que tuvo que ser atendido por en médico del manicomio.

Si es verdad que fueron momentos muy tensos, es cierto, que a partir de entonces, Pedro cambió de actitud y fue menos beligerante con los problemas de su padre.

Como queda dicho la situación económica de Francisco Tobar atravesaba por momentos difíciles. Debido a su edad ya no podía ocuparse de la notaría, por lo que sus ingresos se habían reducido considerablemente y, por contra, el mantenimiento de la oficina y el domicilio particular le acarreaban unos gastos que no podía soportar.

Francisco Tobar, una vez más, como siempre que tenía un problema, recurrió a mi abuelo Guillermo para que le ayudara a buscar alguna solución a su estado. En esta ocasión escribió a mi abuelo diciéndole que hablara con su hijo Pedro para que le preparara una vivienda en la finca de Hortaleza, poner unas gallinas y conejos que le sirvieran de distracción, y que le dieran algo de los productos de la finca, para su manutención diaria.

Mi abuelo se puso manos a la obra y le transmitió a Pedro Tobar la petición de su padre. Para Pedro habían quedado atrás los momentos de tensión y se mostró condescendiente con la petición, encargándole a mi abuelo que se ocupara de buscar una casa en la finca donde alojar a Francisco Tobar. Así se hizo. Se le preparó una vivienda y se acordó que Pedro le pasara a su padre un «diario» para poder vivir bien.

Francisco se trasladó a la finca de Hortaleza con Antonia, la criada, mostrando, como no podía ser de otra manera, un enorme agradecimiento a la intervención de mi abuelo Guillermo.

A partir de entonces parece que las relaciones entre padre e hijo mejoraron significativamente y los contactos se producían todos los días que Pedro venía a la finca, que eran los jueves y los domingos. No así las relaciones entre las criadas de ambos, que cada vez eran más tensas. La criadas de Pedro, que parecían más bravas, no aceptaban de buen grado la presencia de Antonia en la finca y, Antonia, aunque parecía más humilde, no se echaba atrás, y les plantaba cara cuando llegaba la ocasión. Probablemente confiada en el respaldo de «su» señor.

En este ambiente se produjo la muerte de Pedro, el 25 de julio de 1932 y Francisco, de la noche a la mañana, pasó a ser dueño de todos sus bienes como único heredero a la muerte de su hijo. A partir de entonces, Francisco tuvo que abordar una serie de gastos, tanto para pagar a los criados como para adquirir los derechos por la herencia de su hijo.

El ayuntamiento de Hortaleza seguía sin sacar adelante el proyecto de las escuelas y quedaban pocos meses para que venciera la condición que Pedro Tobar había establecido en la donación. El plazo de los 3 años vencía el 27 de Diciembre de 1932 y al ayuntamiento había llegado la noticia del fallecimiento, en el mes de julio, de Pedro Tobar, por lo que se pusieron en marcha para evitar el vencimiento del acuerdo. La Corporación se dirigió por escrito a su padre, D. Francisco Tobar Vitón, que ya vivía en Hortaleza, solicitándole les recibiera para tratar del asunto. Amablemente les recibió al día siguiente y accedió muy gustoso a la prórroga por otros tres años más. Acordaron que todos los gastos de la nueva tramitación fueran a cargo del Ayuntamiento.

Sin posibilidades para ello, acudió a mi abuelo, quien le prestó dinero para pagar cinco semanas de los jornales de sus criados y a Gregorio González, que era sobrino de la difunta Dª Maria para que hiciera lo mismo.

Como Francisco Tobar, debido a lo avanzado de su edad y al estado de salud en el que se encontraba no podía realizar los trámites administrativos derivados de la herencia, nuevamente volvió a recurrir a mi abuelo, que se encargó de resolver todo el papeleo en Colmenar Viejo, así como los relacionados con el Catastro.

Todos los días en casa de Francisco Tobar se rezaba el rosario, en memoria de su hijo Pedro. Mi abuela subía a diario a la hora de costumbre para unirse en el rezo. En una de estas ocasiones en que mi abuela subió se dio cuenta de lo que allí estaba pasando. Mi abuela observó que en casa de su tío había más que criada, y efectivamente, así sucedió.

Una vez resueltos todos el papeleo de la herencia del hijo y con todas las propiedades a nombre de Francisco Tobar, mi abuelo, viendo el estado en que se encontraba Francisco Tobar, intentó dar un paso al frente: «Tio, cuando Vd. pueda, y se encuentre bien, podemos ir a la firma y si Vd. no se atreve a ir ya tengo hablado con el Juzgado de 1ª Instancia de Colmenar Viejo que si les mandamos el coche se han ofrecido a traer aquí todo para que Vd. firme».

La respuesta no dejaba lugar a dudas, más allá de un aplazamiento o una disculpa, que a la postre resultaría sospechoso, le contestó:

– «No, no; yo puedo ir cuando tu lo creas y esté todo preparado para la firma».

Así se hizo, mi abuelo y Francisco Tobar prepararon el viaje a Colmenar en el coche de la casa.

Durante el trayecto, Francisco Tobar le preguntó a mi abuelo, que si en Colmenar se podría disponer para hacer una buena comida e invitar al Juez, al Secretario y a otros. Una vez llegaron a Colmenar y antes de subir al juzgado, mi abuelo dejó reservada la mesa para siete personas en Casa Bolita. Después, llegaron al juzgado donde se firmó todo y terminada la firma se bajaron a comer en casa Bolita.

Por alguna razón que desconozco, antes de entrar a comer, el Juez tuvo que volverse al Juzgado y con el Secretario y oficiales, quedándose solos Francisco Tobar y mi abuelo Guillermo esperando en la puerta del establecimiento a que regresara el Juez. Mientras esperaban fuera, de pie, a que volviera la comitiva, mi abuelo le comentó a su tío Paco que iba a pedir una silla, a alguna vecina, para que se sentara. A lo que siguió este diálogo:

Francisco: – «No, querido, no ves que estoy hecho un chaval».

Mi abuelo creyó que era la ocasión oportuna para comentarle algo que llevaba en la cabeza y que les había repetido en varias ocasiones el Dr. Trigueros.

Ya lo creo, pero Vd. debería cuidarse mejor.

La respuesta de Francisco Tobar aunque era novedosa no resultó extraña en absoluto:

Estoy cuidado mejor que nunca, la Antonia me entiende mejor que el médico.

Una vez que Francisco Tobar hubo aclarado lo bien que le cuidaba la Antonia. Mi abuelo aprovechó para decirle lo que el Dr. Trigueros venía comentándole :

– «vuestro tío podía vivir algunos años pero debiera retirarse de lo que le perjudica bastante».

Francisco quería conocer la opinión del médico, y los detalles, que le había comentado a mi abuelo por lo que insistió en que mi abuelo le repitiera lo que había dicho el Dr. Trigueros. Así lo hizo. Era la primera vez que el tema de las relaciones entre Francisco Tobar y su criada era tema de conversación entre ellos.

El asunto había corrido de boca en boca por todo Hortaleza, a mis abuelos la situación no les producía ninguna preocupación, ni extrañeza. Era algo que tarde o temprano sería la comidilla del pueblo. Mis abuelos conocían de sobra la tendencia de Francisco Tobar hacia el sexo contrario y no dieron mayor importancia al asunto, más allá de pensar que, aunque el asunto no era de ahora, se trataba de los últimos devaneos de su tío Paco. Por eso, una vez, Francisco Tobar quiso conocer lo que decía el Dr. Trigueros, mi abuelo le hizo saber todo lo que el Dr. Trigueros les repetía cada vez que coincidían.

Parece que aquel comentario molestó a Francisco Tobar, que sin esperar más, echó a andar hacía donde estaba aparcado el coche con la intención de volver a Madrid, sin ningún comentario. A la llegada a Hortaleza, Francisco Tobar se metió en su casa sin mediar palabra.

Supongo que en ese momento en su mente se estaba produciendo el gran conflicto entre lo que había prometido que iba a hacer y lo que estaba en trámite de ocurrir.

A partir de entonces le resultó imposible a mi abuelo, y su familia, hablar con Francisco Tobar. Siempre que subían a su casa estaba dormido, o en reposo, según les decía Antonia. El caso es que no se les permitía verle ni hablar con él. Me cabe la duda de si fue decisión de Francisco Tobar, o formó parte de la estrategia de Antonia.

Desde este momento y hasta la muerte de Francisco se abre un espacio, desconocido para mi, en el que se tuvieron que producir algunos movimientos de importante trascendencia para el final de la herencia.

El final de la historia, desde donde yo sé, es que el día 10 de noviembre de 1934 muere Francisco Tobar. Dentro del desconcierto y la incertidumbre de los últimos meses, mi abuelo acude al Juzgado Colmenar Viejo para comunicar el óbito de su tío y ver qué es lo tenía que hacer. En el Juzgado le dicen que no se preocupe, que están enterados del fallecimiento de Francisco Tobar y de que, su familia, eran los únicos herederos. Que hasta tanto, haga lo que considere que debe hacer pues el juzgado lo dará por bien hecho.

Siguiendo las instrucciones del Juzgado, mi abuelo regresa a Hortaleza y, en el camino, se entera que la última disposición testamentaria de Francisco Tobar es a favor, exclusivamente, de la criada Antonia.

Francisco Tobar fue enterrado en el Cementerio del Este – cementerio de la Almudena- en la Sección : 3 REC1, Número 5, Fila 2. Actualmente sus restos se encuentran en el columbario de la sección 13, número 825.

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