Los primeros años del siglo XX supusieron un incremento de urbanismo en Hortaleza. Por  orden del  Ministerio de Fomento, se procedió a rotular el nombre del pueblo en la entrada de Hortaleza.   Benito Muñoz de Castro propietario de una casa en el Paseo de los Sagrados Corazones número 3 autorizó que se pusiera el mencionado rotulo en la fachada de su casa.

Fruto de ese incipiente urbanismo se sucedían las denuncias que llegaban al ayuntamiento. La mayoría de ellas se referían a temas urbanísticos que absorbían el tiempo de los efectivos municipales. Esta avalancha de peticiones llevó al ayuntamiento a tomar la decisión de contratar a un profesional, que fuera técnico  en urbanismo, para que se encargara de su estudio y asesoramiento.

Se recibió una primera instancia emitida por D. Juan Molina Monedero, aparejador titular de obras, solicitando ser aparejador municipal. El ayuntamiento aceptó su nombramiento sin remuneración ni ningún otro derecho, debido a que no tenia consignada ninguna partida en los presupuestos para cubrir estos gastos.

Se estaban llevando a cabo algunas construcciones en el casco del pueblo y en sus alrededores lo que suponía para el Ayuntamiento unos ingresos por la concesión de licencias, que venían de maravilla a las arcas municipales, pero evidenciaba la necesidad de tener un arquitecto municipal.

En el mes de Marzo de 1928,  se creó la plaza de arquitecto municipal, sin dotación de fondos municipales. Se presentaron dos candidatos y resultó elegido D. Ramón Aníbal Álvarez y García Baeza.

Uno de los primeros núcleos de población que se estaba formando era en el Barrio de las Cárcavas donde se estaban construyendo una serie de viviendas que empezaban a constituir un núcleo de población, por lo que  un grupo de los primeros pobladores del mismo, pretendieron darle un nombre mas adecuado al asentamiento que se estaba produciendo en ese lugar.

En tal sentido,  algunos de los primeros vecinos de este barrio, entre los que se encontraban  Ramón Alcalde, Froilán Gascón, Emeterio Alonso y  Dionisio Aparicio,  se dirigieron al Ayuntamiento para solicitar que se sustituyera el nombre de Barrio de las Cárcavas, por el de “Colonia de la Unión”.

La petición  tenía toda su lógica y, sobre todo, reflejaba las buenas intenciones de los solicitantes al resaltar el  espíritu de unión y solidaridad de los nuevos vecinos.  No cabe la menor duda de que, en aquellos tiempos, resultaba mucho más adecuada la denominación de Colonia de la Unión, que no la de Barrio de las Cárcavas, que resultaba menos apropiada, de cara a la constitución del  nuevo asentamiento de los vecinos.

La petición fue aceptada por unanimidad y, desde el 22 de Marzo de 1928, el barrio de la Cárcavas pasó a denominarse Colonia de la Unión. Paradójicamente ese espíritu que justificaba la denominación solicitada, con el paso del tiempo, fue perdiendo fuerza y, actualmente se  le conoce como el Barrio de las Cárcavas.

En Hortaleza se estaban construyendo varias casas, tanto en el casco del pueblo como en los alrededores, especialmente en las cercanías del Barrio de la Unión, y en alguna ocasión los nuevos edificios quedaban diseminados sin que pudiera determinarse a que población o barrio correspondían.

Para evitar que este crecimiento urbanístico se hiciera sin ningún control municipal, se procedió, en 1940, a la distribución de Entidades de Población. La norma  fue que se agregaban  a la Colonia La Unión aquellos edificios que estaban diseminados y que se encontraban en un radio superior a los 500 metros de distancia del centro del pueblo. El resto se añadirían al casco de la villa. Se aprovechó la ocasión para crear una nueva Entidad de Población denominada Colonia de Cerro.

La llegada del arquitecto municipal también supondría una mejora en la estética del pueblo. Se pidieron 200 acacias y moreras, con la intención de repoblar algunas de las calles del pueblo,  especialmente en el  Paseo de los Sagrados Corazones, por ser  la vía principal de entrada y salida del mismo. 

La buena marcha de las edificaciones se mantenía hasta el punto de que el Ayuntamiento tuvo que intervenir en su regulación de una manera significativa. 

En el inicio del Camino Viejo a Madrid se estaban empezando a construir viviendas que eran ocupadas por varios vecinos. A las pocas casas que se habían construido,  se les conocía como el Barrio de los Murallones, debido a su ubicación detrás de las altas paredes de la finca de la familia de Benito Muñoz.

De una manera parecida a lo solicitado por los vecinos del barrio de la Unión, aunque en este ocasión por iniciativa municipal, el barrio pasó a llamarse, a partir del 24 de Octubre de 1929, Barrio de San Matías. Esta denominación ha sido poco utilizada por los vecinos, que preferían la del Barrio del Lavadero, en referencia, al lavadero municipal ubicado en el entorno del mencionado barrio.

Con las nuevas edificaciones que se estaban llevando a cabo en el pueblo se estaba haciendo patente la necesidad de dotar de iluminación a determinados puntos del pueblo. El ayuntamiento acordó en 1931 poner dos luces públicas en el Barrio de los Murallones. Aprovechando esta necesidad de incrementar dos puntos de luz se pretendía revisar el contrato con la Compañía Industrial que era la encargada del suministro después de que la Compañía Madrileña de Urbanización le vendiera el negocio. El contrato con esta última compañía era de 1906. El ayuntamiento pretendía mejorar las condiciones del mismo tal y como habían hechos los  ayuntamientos de  Chamartín, Canillas, Fuencarral y Canillejas.

Deja una respuesta