A finales del siglo XVIII, Martín Fernández de Velasco, a la sazón el XII Duque de Frías, era propietario de las dos fincas más significativas de Hortaleza, la Quinta del Cristo de la Salud y el Palacio de Buenavista.
Ambas estaban ubicadas muy cerca del casco urbano. La primera ocupaba una extensión de terreno delimitada por la actual calle del Mar de las Antillas, la Cañada de los Toros por su fachada Norte, el camino de Alcobendas al Este y al Sur por la Calle del Barrionuevo y la Calle Alta de Burgos. Esta delimitación fue completada en la mitad del siglo XVIII, siendo propietaria de la finca, la Duquesa de Uceda. Se materializó a través de un acuerdo, entre la mencionada Duquesa y el Ayuntamiento, en el que se permitió una alineación de la finca, aprovechando unas mutuas cesiones de terreno, de las que se beneficiaban, por una parte, a mencionada finca y por parte, el Ayuntamiento conseguía una ampliación de las eras de Pan Trillar que eran necesarias para el pueblo.
No se sabe con certeza cual es la fecha de construcción de la Quinta del Cristo de la Salud, aunque puede deducirse, por una de las tres inscripciones que figuraban en la vieja portada de entrada, que data de 1749.
La portada de entrada a que nos referimos daba acceso a los carruajes al interior de la finca, y estaba coronada con un dintel de piedra de granito, soportado por dos columnas del mismo material, que fue perdiendo su significación e importancia al adosársele una construcción en ladrillo que afeaba estado inicial.
Sobre el dintel de la puerta se encontraba la siguiente inscripción en latín:
GAUDIA SUNT NOSTRO PLUSQUAM REGALIA PURI URBE HOMINES REGNANT VIVERE RURE DATUR AÑO DE 1749
La inscripción pretendía resaltar lo que hoy llamaríamos mejor calidad de vida de los hombres que viviendo en la ciudad pueden disfrutar de la vida en el campo.
La finca en 1822 era propiedad del matrimonio formado por D. José de Romero y Dª. Maria de las Mercedes Pando y Ramírez, que tendrían un protagonismo especial en relación a la construcción del Cementerio de Hortaleza. En 1860 se la vendieron, junto con un importante numero de propiedades a D. Antonio Urzaiz.
La casa que estaba construida en la finca tenía una de sus fachadas en el Camino de Fuencarral. Se encontraba en un estado preocupante de conservación, hasta el punto de que el Ayuntamiento se vio obligado a intervenir dirigiéndose a su propietario para que llevara a cabo las oportunas reformas.
A pesar de las insistencias de la Corporación, el dueño no mostraba ninguna diligencia en su realización, lo que provocó que el Ayuntamiento diera la orden, en 1885, de desalojo de las habitaciones más afectadas mientras se instruía el oportuno expediente para proceder a su derribo, o rehabilitación. Las obras de rehabilitación debieron realizarse en el año 1894, que es la fecha de la segunda inscripción que se colocó en la mencionada portada, y que, menos sugerente que la anterior, se limitaba a indicar la fecha en la que se habían realizado las obras:
«REEDIFICADA EN 1894″
También existe una tercera inscripción en la que se puede leer: AVE MARIA sin que se sepa con certeza de cuando data.
Al año siguiente de realizar las obras D. Antonio Urzaiz vendió la finca a D. Silverio Gutiérrez y Gutiérrez que era de Fresno de Cantespino –Segovia-. El nuevo propietario que contaba con setenta y tres años cuando se vino a vivir a Hortaleza solicitó del Ayuntamiento se le declarara vecino del pueblo al cumplir los seis meses de estancia en el mismo.
A la muerte de Silverio Gutiérrez la finca fue heredada por su hija Gregoria que era la mujer de D. Francisco Tobar Vitón y madre de D. Pedro Tobar Gutiérrez, que, en ese momento, se encontraba enferma, muriendo a los pocos meses.
La finca fue heredada por su hijo Don Pedro Tobar Gutiérrez. D. Pedro notario de profesión, fue decano del colegio de notarios de Madrid. La finca pasó de ser un lugar de esparcimiento y reposo, a una explotación agrícola y ganadera. El Sr. Tobar la convirtió en una finca emblemática, no solo por las dos llamativas construcciones que se levantaron en su interior, sino por las tareas de innovación agropecuaria que desarrolló a lo largo de los años.
Una de las edificaciones, el Silo, fue construido en 1920 a base de hormigón armado, siendo una de las primeras construcciones que se hicieron en España con este tipo de material. Tiene una altura de 20 metros y se construyó como alternativa a la disminución del precio del trigo, que era la actividad más importante de la finca, para dedicarlo al sistema forrajero, que no dio resultados positivos.
Debido a los ácidos que se derivaban de los procesos de fermentación, se vio afectada su estructura, por lo que tuvo que ser reforzada con unos aros de hierro que abrazaran su perímetro. Tuvieron que colocarse 24 aros, en grupos de 4, a una distancia de cincuenta centímetros entre ellos.
La otra edificación, desafortunadamente desaparecida, culminaba en una torre que dotaba a la finca y al municipio de una especial personalidad. Han sido muchas las historietas acerca de la torre. Algunos especulaban con que su construcción fue un capricho de su dueño para poder ver la Puerta del Sol desde lo más alto de ella y tampoco faltaban historietas macabras en torno al ataúd que colgaba de una de sus terrazas.
Muy cerca de ambas edificaciones se construyó una tercera donde estaban ubicadas las cuadras y cocheras para el ganado y los aperos de labranza. En la planta superior estaban las viviendas de los obreros que atendían las faenas de la finca.
A la muerte de D. Francisco Tobar Vitón en 1934, que había heredado, a su vez, por la muerte de su hijo en 1932, la propiedad de la finca y de todos sus bienes, sorprendentemente, pasó a manos de Antonia Álvarez Herranz que era, en esos momentos, su criada.
Durante la Guerra Civil, la finca fue ocupada por el ejército republicano, concretamente por el General Lister que, durante el tiempo que duró la contienda, tomó posesión de la misma, y en ella estableció gran parte de su oficina de mando.
Curiosamente, en una de las estancias de la torre, existía una mesa de billar que servia de distracción al mencionado militar y a sus subordinados, cuando sus tareas se lo permitían. Pero, paradojas de la vida, en otra de las dependencias próxima a la que se encontraba la mesa de billar, se mantuvo oculta, durante toda la contienda, una de las imágenes que fueron retiradas de la Iglesia de Hortaleza antes de que fueran quemadas por las hordas revolucionarias.