No existen datos ciertos de la primera iglesia que existió en Hortaleza, aunque algunas informaciones apuntan a su existencia desde el siglo XVI, concretamente al año 1535. Lo que si se conoce es que el antiguo templo estuvo ubicado en el mismo lugar que ocupa hoy la parroquia de San Matías.
El templo se dedicó al apóstol San Matías, aunque no he podido aclarar el por qué del nombre de San Matías. En el siglo XVI, en las Relaciones de Felipe II, se recoge que en Hortaleza se guardaban votos a Santa Catalina, en relación a una bula papal, y a San Gregorio, al que se le festejaba en el mes de Mayo para pedir por la recolecta de la uva. Pero no he encontrado referencia de por qué su dedicación a San Matías. Me han contado alguna versión acerca del nombre, pero ninguna parece de suficiente solvencia para aclarar la duda.
Desde sus inicios hasta muy avanzado el siglo XVIII, la iglesia de Hortaleza dependió de la parroquia de Canillas, concretamente hasta 1.790 que, como consecuencia de la reforma emprendida por el entonces Arzobispo de Toledo, el Cardenal Lorenzana, Hortaleza se erigió en parroquia, aunque para entonces ya tenia de cura párroco a D. Francisco Román Galindo.
El ascenso a parroquia suponía una nueva responsabilidad dentro de la organización eclesiástica y una carga de determinadas tareas administrativas que consistía en la llevanza de un archivo parroquial, donde se registraban los nacimientos, las defunciones y los matrimonios de todos los feligreses.
Por razones desconocidas la Iglesia primitiva sufrió un hundimiento en el año 1.855. El inesperado accidente supuso un importante contratiempo para el pueblo. No solo por las consecuencias que acarreaba su derrumbamiento, sino por los problemas que se derivaban de un acontecimiento de estas características. El momento no era el más adecuado para encontrar una adecuada respuesta a un problema como el que se generaba.
En el Gobierno de la Nación se producían constantes alternancias entre moderados y progresistas en medio de continuas revoluciones. Cada grupo trataba de modelar la voluntad de la Reina Isabel II a favor de sus intereses. La primera Guerra Carlista apenas había finalizado y, casi todo en el país giraba en torno a la situación política. Los acontecimientos terminarían derivando en la salida del Trono de la Reina.
El Ayuntamiento de Hortaleza, presidido por Francisco Pérez, empezaba a sentir su largo vía crucis económico y no contaba con recursos para colaborar en una reconstrucción como la que se necesitaba. La ardua tarea de la reconstrucción del templo quedaba en manos del cura párroco, que se encontraba más solo que la una para sacar adelante el proyecto.
El hundimiento provocó la urgente necesidad de encontrar otro lugar para la práctica del culto. Se consiguió adecentar la ermita del Cristo de la Salud que se encontraba en un lamentable estado de conservación desde que, en 1.787, se había reedificado con el dinero procedente de la venta de la bardaguera del monte de la Moraleja.
La ermita estaba anexa al cementerio y en ella no cabían más de dieciocho o veinte personas, lo que suponía un verdadero inconveniente para la celebración de los actos religiosos.
Lo que parecía una solución transitoria, por unos cuantos meses, se convirtió en el templo de Hortaleza durante veinticuatro años.
Los enseres de la iglesia se depositaron en un corral de Francisca López, que cobraba 200 reales al año, y en una casa propiedad del Conde de Torrepilares, que cobraba otros 400 reales. Las campanas que estuvieron durante muchos años en el corral de Francisca López fueron colocadas en la ermita del Cristo de la Salud en el año 1869, devolviéndolas con posterioridad a la iglesia, una vez terminadas las obras.
El alquiler lo sufragaba el cura con los pocos ingresos, procedentes de las limosnas que recibía. Ante la tardanza que se producía en la reconstrucción de la iglesia, en el mes de Julio de 1865, el cura Mauricio Antonio Pérez Vázquez, se dirigió al Cardenal Arzobispo para plantearle la imposibilidad de seguir pagando los mencionados alquileres. La respuesta fue que vendiera todos los materiales viejos que no pudieran utilizarse en la nueva iglesia. Por su parte el Conde de Torrepilares se comprometió a no reclamar ningún alquiler hasta que el Gobierno resolviese la situación de la iglesia.
El primer intento de reconstrucción
A base de tesón, el cura encontró algunas colaboraciones de vecinos del pueblo, en su mayoría hacendados de Madrid, que se unieron a la recaudación de fondos para su financiación.
En 1858 se presentó el primer proyecto, obra de D. Blas Crespo, que ascendía a 454.005 reales. Se iniciaron las obras, pero tuvieron que pararse en el mes de diciembre por falta de fondos. Sólo se pudieron levantar los cimientos.
La recaudación de fondos era escasa, pues en el año 1862, cuatro años mas tarde de su inicio, se habían recibido solamente unos 60.000 reales y faltaban, para terminar la construcción, otros 400.000 reales.
Ante este panorama se insistió en nuevos estudios que redujeron el importe del presupuesto, y así se presentó, en 1864, otro proyecto, obra de D. Francisco Enríquez y Ferrer, que valoraba las obras pendientes por ejecutar en 289.066 reales. La reducción en el presupuesto se produjo “a costa de disminuir la luz de la nave subdividiendo en tres exiguas la única proyectada por el Sr. Crespo”.
Si la financiación era una de las causas del retraso, hay que resaltar que los trámites para la reconstrucción del templo no lo eran menos. Cualquier modificación que se pretendiera llevar a cabo, debía atenerse a lo que establecía el Real Decreto de 4 de Octubre de 1861, lo que conllevaba una lenta y complicada tramitación de los expedientes.
El hecho de encontrarse sin iglesia no era impedimento para que se celebraran acontecimientos religiosos como el ocurrido el día 15 de junio de 1871, que congregó una gran afluencia de Madrid y de los vecinos inmediatos, como fue la inauguración de una nueva asociación dedicada al Santísimo Cristo de la Victorias, que se veneraba en Hortaleza. Llamó la atención de la concurrencia un magnífico estandarte de tisú y unos hermosísimos candeleros de plata regalados por el hermano mayor D. Manuel Ruiz Arenas. Se dieron limosnas a los pobres y los sermones estuvieron a cargo del señor Lobajo de Orandia
Más de veinte años para decidir el proyecto
En el mes de Noviembre 1872, el nuevo párroco se dirigió al Alcalde para proponer que se nombrara una comisión que practicara una cuestación, con el fin de continuar los trabajos para la construcción de la Iglesia. Accediendo a sus deseos, se nombró la comisión, que fue encabezada por Manuel Ruiz Arenas, que era el alcalde en esa fecha, Simón del Coro, Cipriano Rodríguez, el propio Cura párroco, D. Juan Acevedo, D. Celestino Ansorena, D. Marcos Barral y D. Isidoro Urzaiz.
El tiempo pasaba y la aprobación del proyecto se encontraba paralizada, por lo que el cura y Ayuntamiento acordaron enviar un oficio, con fecha 3 de Junio de 1875, exhortando a la Junta Diocesana de Toledo, a través del Ministerio de Gracia y Justicia, a la finalización del templo.
La Diócesis se encontraba muy ocupada en la nueva reorganización eclesiástica que se estaba planteando y que daría como resultado la creación de la Diócesis de Madrid-Alcalá, de la que pasaría a depender la iglesia de San Matías.
El cura, Gregorio García Huerta, se sentía amenazado por la aparición en el pueblo de propaganda de ideología protestante hasta el punto de que llegó a sus oídos que tenían un local comprado para dedicarle a Capilla Evangelista. En ese momento se llevaban veintidós años sin templo.
El impulso más importante vendría a ser la visita que realizó a Hortaleza la entonces princesa de Asturias Dª. Isabel de Borbón, hija de Isabel II, quien, a la vista de la situación, tomó la iniciativa, logró que el Ministerio de Gracia y Justicia, a quien correspondía atender las necesidades del culto, adoptara las medidas necesarias para la continuación de las obras
Es de suponer que en el interés mostrado por la Princesa tuviera algo que ver la intervención de D. Celestino Ansorena, que era el dueño de la casa situada enfrente de la iglesia, formaba parte de la comisión recaudatoria y, coincidentemente, era uno de los joyeros a los que la Corona confiaba sus encargos.
El Proyecto y sus rectificaciones
Por fin la Junta Diocesana eligió el proyecto del Sr. Enríquez y Ferrer, pero en cumplimiento de lo que establecía el Real Decreto, el Gobierno Civil, para dar su visto bueno, necesitaba que se introdujeran determinados ajustes. Estos ajustes se los encomendó la Junta Diocesana a Enrique Maria Repullés y Vargas, que era el arquitecto de la diócesis, el día 8 de agosto de 1877.
La cuestión a resolver era acerca de la capacidad del mencionado templo. Según el Sr. Repulles y Vargas el templo construido, en base al proyecto elegido, sólo tendría capacidad para quinientas personas, y las necesidades del templo, en función de la población de aquellos tiempos, exigía un aforo para setecientas.
El Sr. Repullés planteó a la Junta la redacción de un nuevo proyecto del que se encargaría él mismo. Con esta nueva cuestión sobre la mesa se temía que el proyecto sufriera nueva dilaciones, pero en esta ocasión se actuó con la urgencia necesaria y sin perdida de tiempo, el Sr. Repullés y Vargas presentó su proyecto el 25 de Agosto de 1877, en el se proponía “no aumentar sino mas bien disminuir el coste del edificio, aprovechando los cimientos existentes y construir un Templo que satisficiese a las necesidades de la población”.
Por fin en 1878, concretamente el día 4 de Abril, comenzó el proyecto definitivo dirigido por D. Enrique Maria Repullés y Vargas y ejecutado por el contratista Manuel Salvador y Serrano. Al igual que los proyectos anteriores, su construcción estaba planteada en base a la utilización de los cimientos existentes. En el nuevo proyecto se eliminaron las tres naves proyectadas por Enríquez y Ferrer, que permitían disminuir el presupuesto y, además, se complacía al cura que no le gustaba su diseño.
En Marzo de 1879 la Iglesia de San Matías se estaba terminando de construir y su inauguración no tardaría mucho tiempo en llevarse a cabo, por lo que el municipio, en vista de la gran aportación y empeño mostrado por la Princesa de Asturias, Dª Isabel de Borbón y Borbón, conocida popularmente como La Chata, acordó prestarle toda su aprobación y corresponder con tan excelsa señora, al menos en el día de la inauguración. Cómo no se había producido ninguna aportación económica por parte del Ayuntamiento para la reconstrucción de la Iglesia, decidieron, al menos, llevar una de las campanas, para que fuera recompuesta, a la fundición que D. José Cuervo tenía en Madrid.
La Iglesia fue terminada el día 31 de Mayo de 1879, casi veinticinco años después de que se derrumbara la anterior, y con ello se dejaba atrás un periodo plagado de problemas que había provocado más de un quebradero de cabeza, tanto al clero como al municipio.
Pero la situación económica del Ayuntamiento era tan desesperada que, a pesar de sus aparentes buenas intenciones, ni siquiera hubo fondos para mostrar su agradecimiento, en el acto de inauguración, a la Princesa de Asturias, ni para pagar al maestro Campanero los trabajos de la reparación de la campana.
Un edificio de su época
El material único utilizado fue el ladrillo macizo. Se utilizo como base un zócalo de piedra de granito, de altura variable, para la nivelación del terreno, con gruesos contrafuertes en el exterior, unidos interiormente por arcos.
El estilo arquitectónico de la construcción es el neomudejar, de gran utilización a finales del siglo XIX, en el que se asociaba el recuerdo del estilo mudéjar, con el gusto por lo español. El uso del ladrillo y los arcos de herradura son algunos de los elementos que utilizó el autor característicos del mencionado estilo neomudejar. Algunas construcciones de finales de siglo XIX son el edificio de las escuelas Aguirre de Madrid que está cerca del Retiro, la torre del Canal de Isabel II en la calle Santa Engracia, o la plaza de Toros de Barcelona, por citar algunos de los más significativos.
La Planta de la Iglesia es un rectángulo, de 24 metros de longitud por 12 de anchura. Sus reducidas dimensiones representaron una limitación al autor para dotar al templo de la deseada suntuosidad. Para ensalzar su silueta se construyeron dos torres, una encima del altar mayor que se culmina con una bóveda gótica de crucería y, otra, en la entrada al templo, de mayor altura que la anterior, donde se ubicaba el campanario y el coro, que soportaba un minarete, con cuatro arcos de herradura apuntando a los cuatro puntos cardinales. Se culminó con una veleta y una cruz de hierro. También se instaló un pararrayos.
Originalmente contaba, además de la entrada principal, con dos puertas de acceso laterales, más la entrada a la sacristía desde el exterior, que se encontraba en la parte posterior del templo. En la actualidad se accede al templo sólo por la puerta que da a la Plaza de la Iglesia.
En el interior de la iglesia había 7 altares, distribuidos tres a cada lado y un Altar Mayor en el fondo, al que se llegaba después de superar dos peldaños que elevan su base cuadrada. Encima del presbiterio se encuentra una bóveda nervada de crucería.
Desde su interior se observaban los grandes arcos que sirven de unión a los contrafuertes del exterior. Actualmente se encuentran tapados por un falso techo de escayola. La altura del techo era de 8 metros.
Una vez atravesado el pórtico, existían dos pilas de mármol blanco, con forma de concha, situadas a ambos lados de la puerta con el agua bendita, en la que los feligreses untaban sus dedos para persignarse antes de entrar al templo
Tanto a un lado como a otro del pórtico, nada más entrar en la nave principal, existían dos verjas, que cerraban sendas estancias.
La que estaba situada a la izquierda, según se entra, comunicaba con una escalinata de madera que desembocaba en el coro. El suelo del coro era de madera, igual que su armadura. Siendo el cura párroco Pablo Aylagas, en el año 1900, se compró un armonio que costó 650 pesetas y tenía 19 registros, con el que el sacristán daba las pautas para los cantos religiosos. Desde la barandilla de madera que le protegía, se cantaba la Salve a la Virgen de la Soledad el día de su conmemoración. En el mismo coro, debajo de la vertical del campanario, se había habilitado un hueco en el techo para tocar las campanas sin subir al campanario. Para ascender al campanario desde el coro, había que continuar por una angosta escalera de madera que desembocaba en la torre del campanario. Allí estaban las dos campanas. Recuerdo el espacioso tintineo de su tañido cuando llamaban a muerto, o su nervioso revoloteo para anunciar la procesión. El manejo de las campanas era una tarea que requería cierta práctica, no era igual repicotear que revolotearlas. Esta última modalidad, además de fuerza, requería de cierta habilidad.
A la derecha del pórtico, según se entraba, estaba la pila bautismal en un cuarto protegido por una verja de hierro fundido, en armonía con la existente en el otro lado. La de la pila bautismal permanecía casi siempre cerrada y sólo se abría para la práctica del sacramento del bautismo.
Continuando el recorrido por el lado derecho de la nave, existían tres altares, el del Santo Cristo, el del Sepulcro y el de la Virgen de la Soledad.
En el frente, escoltando el alta mayor, se encontraba a la derecha la imagen de la Inmaculada y, a la izquierda, la de San Roque.
En el otro costado de la nave, en el flanco izquierdo, se encontraba el altar de San Isidro y, un poco más al fondo, el púlpito. El púlpito era de madera labrada, al que se subía por una escalerita de seis o siete peldaños.
En el fondo, detrás del presbiterio, había dos estancias, la que estaba a la izquierda, se utilizaba como almacén, la otra que estaba a la derecha del altar mayor, era la sacristía, tal como hoy se conserva.
LAS SUCESIVAS REFORMAS
A lo largo del tiempo se han producido algunas reformas del templo, unas debidas a las consecuencias de la Guerra Civil, otras, como remodelaciones conciliares y, en algunos casos, por decisiones de los párrocos debidas a las necesidades de mantenimiento.
El deterioro más importante se produjo durante la Guerra Civil. La iglesia fue utilizada como almacén de víveres y material de campaña, en la que entraban y salían los camiones para cargar y descargar. Para facilitar el acceso de los mismos a su interior se cubrieron los escalones de la entrada con tierra, construyendo una pequeña rampa. No es difícil imaginar las condiciones en la que se encontraba al finalizar la contienda.
El interior de la Iglesia fue totalmente destrozado y las imágenes fueron quemadas. Tan sólo se salvaron dos, por que fueron retiradas, con antelación a los bárbaros acontecimientos, por algunos feligreses: una, la Virgen del Carmen y otra, El Santo Cristo. El resto desaparecieron entre el fuego de la hoguera que se formó en la parte trasera de la iglesia.
Las que se salvaron de la quema, estuvieron custodiadas durante toda la Guerra en domicilios particulares y devueltas al templo cuando la contienda terminó. La Virgen del Carmen estuvo en poder de Doña Nieves, que era la esposa del médico del pueblo. El Santo Cristo, como se relata en otro de los capítulos del libro, estuvo en una de las dependencias de la Torre de la finca del Cristo de la Salud.
El resto de las imágenes que, fueron ocupando los diferentes alterares después de finalizada la Guerra Civil, se adquirieron poco a poco mediante aportación vecinal. La virgen de la Soledad fue comprada por los componentes de la Hermandad de la Soledad. La Inmaculada fue comprada por las chicas de la parroquia. San Isidro fue una donación de los labradores del pueblo y el Santo Sepulcro lo regaló el Sr. Gallardo, que era propietario de un taller de carpintería ubicado en el pueblo y de una tienda de muebles en Madrid.
Junto con la reposición de las imágenes, se llevó a cabo una reforma del templo, en la que se incluyeron el cerramiento de las dos puertas laterales y la entrada a la sacristía desde la calle que se efectuaba por la parte trasera del edificio. Se tapiaron los huecos de los arcos de herradura, que habían quedado vacíos al perderse sus vidrieras como consecuencia de los actos vandálicos que tuvieron lugar.
En estos tiempos regresaron los Padres Paules a su casa convento, que hubieron de abandonar durante la contienda. Con su regreso se hincaron las conversaciones para que se hicieran cargo de la administración de la parroquia.
En torno a 1960 se llevó a cabo otra pequeña reforma del edificio, siendo párroco D. Dativo Conde Rodríguez, con objeto de acondicionar la estancia que se utilizaba como almacén, para adaptarla como casa del sacristán. En esta transformación se abrió una nueva puerta, con acceso desde la calle Mar de Bering. Se adosó al edificio una escalera que, además de afear el lateral, se comía el poco paso que quedaba de acera, con lo que el tránsito se hacia peligroso, especialmente en el punto en el que la acera se limitaba, prácticamente, a la lo ancho del bordillo. Desde el punto de vista constructivo resultaba discordante con el resto, era un pegote adosado al lateral de la iglesia, en cuya construcción no se habían utilizado, ni siquiera, materiales similares a los del resto del edificio.
En 1969, siendo párroco Pedro Fuentes, se modifico el presbiterio, dando frente el oficiante a los feligreses. Además de la modificación formal de determinados actos litúrgicos, entre ellos la celebración de la misa, que dejó de decirse en latín para decirse en español, se llevó a cabo una profunda renovación de la imaginería, mejor dicho, no se produjo la renovación, lo que se llevó a cabo fue la eliminación de los altares que estaban en los lados y, con ellos, la desaparición de las imágenes que adornaban los mismos, tapiándose las correspondientes hornacinas. Algunas imágenes se conservaron por algún tiempo y otras fueron regaladas y puestas a disposición de algunos particulares, que hicieron con ellas lo que más les interesó.
Paradójicamente, cuarenta años mas tarde- finales del 2008- se está llevando a cabo una pequeña reforma, en el sentido contrario a la que se efectuó en 1969, volviendo a descubrir alguna de las hornacinas que se tapiaron en su momento.
Al final de los años setenta, el padre Florentino Villanueva acometió unas importantes obras de saneamiento y adecentamiento del templo. Se saneó el tejado, el suelo de la iglesia y de la capilla mayor. En esta reforma desapareció la torre que estaba encima del campanario.
Tres años más tarde, siendo el párroco Joaquín González Hernando, se repusieron las vidrieras que habían desaparecido durante la Guerra Civil con unas nuevas, en las que se representan escenas de simbología cristológica, mariana y eucarística.
Por fin el Padre Hilario Sainz, a punto de concluir el siglo XX, tuvo el acierto de devolver al templo su imagen original, al mandar reconstruir el cupulino del campanario, que había desaparecido años atrás. En esta ocasión se tuvo presente que, al realizar la reconstrucción, se respetara el estilo arquitectónico del templo, cosa que se consiguió con notable éxito.
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