La primera referencia de un maestro de primeras letras en Hortaleza data de 1787, en que D. Francisco Gómez dejó de ser el maestro, debido a la poca enseñanza que recibían los muchachos de la villa. Se contrató a Fernando Fernández de Moza para que le sustituyera, pero con la precaución de que si no presentaba el título y aprobación de ser tal maestro, no se firmaría la oportuna escritura con el Ayuntamiento de la Villa.
Desde mediados del siglo XVIII, según relata el Pascual Madoz en su diccionario de 1847, a la escuela de instrucción primaria acudían 35 niños y 18 niñas. El número de familias del pueblo era de 77 lo que quiere decir que, prácticamente, el 80 % de los vecinos tenían un hijo o hija en la escuela. El puesto de maestro tenía una dotación fija de 2.000 reales, que se pagaban con cargo al presupuesto municipal.
En 1853 el maestro era Don Pedro Porta, que andaba dudando en seguir o no seguir en el pueblo, por lo que no atendía las clases con la asiduidad obligada. Nada más comenzar 1854 dejó su puesto, sin que se conocieran las razones que le llevaron a ello, el caso es que el puesto haba quedado vacante y se cubrió con el nombramiento de Felipe Berrocal López, que permaneció como maestro hasta 1857.
Del Ayuntamiento dependía el nombramiento de los maestros y el control de la educación municipal. Dentro de la organización municipal existía un concejal, al menos, responsable de la comisión de Cultura o enseñanza. Además de los miembros del Ayuntamiento que formaran parte de esta comisión, existía la Junta de Instrucción de Primera Enseñanza Local, que dependía de la Junta de Instrucción Provincial.
La Junta de Instrucción de Primera Enseñanza Local la formaban, normalmente junto al Alcalde, cuatro o cinco personas relevantes del pueblo. En esta primera ocasión la componían, además del alcalde Bernardo Morales, el cura párroco Mauricio Antonio Pérez Vázquez, Juan Molpeceres, Juan Pérez y Feliz Arroyo, que era el sacristán.
Para el nombramiento de maestro, tenía que celebrarse una sesión conjunta del Ayuntamiento con los componentes de la Junta de Instrucción Primaria de la villa.
Después de publicarse la vacante dejada por Felipe Berrocal, se analizaron los títulos y demás documentación aportada por los aspirantes y acordaron nombrar al profesor D. Lorenzo González Ponce de León.
Una de las funciones de la Junta de Instrucción Local, quizá la más importante, era la de velar por la calidad de la enseñanza que recibían los chicos en el pueblo. Esta tarea la realizaban a través de examinar, una vez finalizado el curso, a los niños y niñas que asistían a la escuela, de acuerdo a lo que estaba preceptuado en el Reglamento Escolar.
Corría el final de la primavera de 1.862 y se iban a realizar los exámenes del año en curso. Los niños fueron convocados, junto con el maestro D. Doroteo Baracaldo, a la Casa Consistorial, donde estaba constituido el Ayuntamiento en unión de la Junta de Instrucción de Primera Enseñanza.
En primer lugar fueron examinados los niños de la primera clase, que demostraron encontrarse en buen estado de conocimiento de las materias correspondientes. Fueron premiados con una medalla plateada los siguientes niños: José Maria Baracaldo, Miguel Rodríguez, Manuel Martín, Modesto Díaz, Simón Morales, Marcelino Sanz, Juan Rubio y Valentín de Castro. Una vez finalizado el examen de los niños de la primera clase, continuó el examen de las restantes clases, que fueron recibiendo los correspondientes premios por el avance que mostraron en sus conocimientos.
La maestra, Doña Alejandra de los Santos, también acudió a la cita con las cuarenta y tres niñas que acudían al colegio. Los resultados fueron peores que los de los chicos y sólo, a criterio de los examinadores, 6 superaron el nivel exigido. De las 6 niñas que componían la primera clase, 2 resultaron sobresalientes, a las que se las distinguió con dos medallas y a las otras 4 restantes se les entregaron otros tantos lazos confeccionados para la ocasión. La Junta de Instrucción Local, a la vista de los resultados obtenidos, hizo algunas observaciones a la maestra, que no fueron de su agrado.
A la semana siguiente estaban convocadas las niñas y la maestra en el Ayuntamiento para la entrega de las medallas y los lazos. Casi sin tiempo para abrir el acto, tomó la palabra Dª Alejandra para manifestar su disconformidad con que solo se entregaran medallas a dos de las niñas. Manifestó airadamente que, si no se entregaban medallas a todas, no se entregaran a ninguna y que ella estaba dispuesta a pagar las otras cuatro medallas, si fuera necesario. El Ayuntamiento interpretó la actitud de la profesora como un desprecio para sus disposiciones, por lo que D. Pedro López, que era el Alcalde, aprovechó la ocasión para recriminarla por su falta de celo profesional, y por su exceso de genio que, además, estaba ocasionando algunas reclamaciones por parte de las madres de las alumnas.
Cómo el enfado del Ayuntamiento venía de tiempo atrás, decidieron que en esta ocasión deberían informar de lo ocurrido, y remitieron la información del hecho al Gobernador Civil para que, a su vez, lo pusiera en conocimiento de la Junta Superior de Instrucción Primaria del Reino.
En 1.868 se realizaron los exámenes oportunos. El maestro de los niños era, en esta ocasión, D. Florentino Silber Pérez, que se presentó con 34 niños que, una vez examinados, mostraron sus avances en las materias de que fueron preguntados.
A continuación hizo lo propio Dª. Alejandra de los Santos, que continuaba siendo maestra titular de las niñas. En esta ocasión se presentó con 14 niñas de la escuela. Si, en la ocasión anterior, exámenes resultaron problemáticos por los resultados obtenidos por las niñas de su clase, en este año la cosa no cambiaría mucho. Dª Alejandra se encargaba de la enseñanza de la niñas mayores. La primera sorpresa fue que de las 14 niñas presentadas, ninguna de ellas estaba dentro de la edad que fijaba el Reglamento y, además, ninguna alcanzó el nivel adecuado. Todo lo contrario, la ausencia de conocimientos era evidente. Al parecer la maestra continuaba haciendo gala de su falta de celo profesional y sólo las reunía los días de examen, sin que las niñas fueran habitualmente a la escuela.
También se presentó Dª. Isabel Gutiérrez con otras 34 niñas que tenia a su cargo, pero en este caso la Junta de Instrucción pudo comprobar, con satisfacción, los adelantos que las niñas presentaban tanto en sus conocimientos como en sus bordados y labores, por lo que felicitó a la profesora animándola a continuar con el trabajo que estaba realizando con la juventud del pueblo.
La situación con Doña Alejandra era insostenible, hasta el punto de que los padres mandaban a sus hijas a la escuela de Doña Isabel, o las mandaban fuera de población con tal de que no fueran con ella. A comienzos del año 1.881, Doña Alejandra se encontraba ausente por enfermedad desde hacía más de seis meses. El Ayuntamiento, aprovechando la coyuntura, se dirigió al Presidente de la Junta Provincial de Instrucción Pública para ver qué solución se adoptaba, si se nombraba una persona que las sustituyera o se declaraba vacante la plaza.
En el mes de Octubre de 1.881 el Ayuntamiento tomó la decisión de suspenderla en su cargo, pasando la oportuna información al Gobernador Civil de la Provincia y nombrando maestra interina a Dª Isabel Gutiérrez para que ocupara la plaza vacante.
En esta época el maestro de niños era D. Florentino Gallego que, también, se encargaba de las clases de adultos. Las clases de los adultos eran recompensadas mediante una gratificación por parte del Ayuntamiento. Cómo el comportamiento del maestro no era el más correcto, el Ayuntamiento andaba remiso con el pago de la gratificación por las clases a los adultos del pueblo. Por su parte D. Florencio estaba más preocupado de lo que ocurría en Madrid que de sus clases. Eran continuas sus estancias en la Corte, dejando a su esposa al cuidado de los niños, por lo que el Ayuntamiento y la Junta de Instrucción no tuvieron más remedio que suspenderle en su cargo.
A D. Florentino le sustituyó, D. Ildefonso de la Torre, que coincidió con Dª Candida Moreno que se encargaba de la escuela de las niñas. Dª Candida se había quedado viuda de su marido Juan Rubio y vivía en la Plaza de la Constitución, en una casa situada en el rincón donde posteriormente estaría situada la farmacia de D. Celso Manuel Rodríguez Conde. D. Ildefonso y Dª Candida, que eran sexagenarios, decidieron casarse y para evitar prolongar su noviazgo y teniendo en cuenta sus especiales circunstancias, solicitaron del cura que suprimiera dos de las tres amonestaciones que se practicaban con anterioridad a la celebración de la boda.
Ya en el siglo XX, uno de los maestros que más tiempo permaneció en el pueblo fue D. Zacarías Gil Acevedo, que vivía en el camino del Quinto. A su escuela acudían todos los niños del pueblo, incluso alguno realizaba grandes desplazamientos para acudir a la misma. Era el caso de Máximo, hijo del guarda del monte de la Moraleja, que recorría a diario los 5 kilómetros de distancia desde su casa hasta la escuela y, curiosamente, era de los primeros en llegar.
Después de D. Zacarías estuvieron como maestros D. Godofredo Flores, desde Octubre de 1934, y D. Juan Mateos Sanz. Ninguno de los dos residía en el pueblo por lo que venían, al igual que la maestra, todos los días desde Madrid.
D. Juan Mateos se fue a Canillas, permutando su puesto con otro profesor y D. Godofredo estuvo poco más de cinco meses en el pueblo y fue sustituido por D. Ladislao Santos
A finales de 1.935, debido al gran número de alumnos que tenia D. Ladis, como se le llamaba, tuvo que trasladarse su escuela a la de la Plaza de la Constitución y a D. Gil Vigo se le trasladó a la de la Plaza de la Fuente.
D. Ladis fue un maestro que pronto se integró en Hortaleza y demostró gran interés por los problemas escolares del pueblo, llegando a interceder ante la Inspección de Primera Enseñanza para la obtención de ciertas subvenciones a favor del municipio, consistentes en material escolar para las escuelas.
Debido a esta actitud en beneficio del pueblo, el Ayuntamiento decidió concederle un voto de Gracia para que lo utilizara cuando le conviniera, en agradecimiento por su dedicación y la labor que realizaba como maestro del pueblo.
D. Ladis también había conectado con los alumnos, no solamente con los niños que asistían al colegio, sino que, también, era el preferido de los adultos que asistían a su clase.
Esta actitud en favor de la educación de los niños fue reconocida por la Inspección General de Primera Enseñanza, que pronto le nombró director de un centro escolar.
Don Gil Vigo era soltero y vivía en Madrid en compañía de su madre. Era delgado, alto, algo desgarbado y al que los chicos de la escuela le gastaban bastantes bromas debido a su carácter excesivamente débil. Tenía una salud frágil, con problemas respiratorios, probablemente debidos a sus padecimientos pulmonares que le obligaban a esputar con demasiada frecuencia.
Cómo todos los maestros, tenía la obligación de vivir en el pueblo, pero no encontraba el momento de elegir una casa adecuada para ello. El Ayuntamiento realizó varias gestiones localizando dos casas en la Callejuela, propiedad de D. Vicente Villa. En una de ellas había vivido el maestro D. Zacarías durante bastante tiempo. Se le ofrecieron las dos para que eligiera, en tanto que se pudiera localizar alguna más que reuniera mejores condiciones, pero la realidad era que en el pueblo no existía ninguna casa desalquilada que pudiera ofrecérsele. Ante esta situación el Ayuntamiento decidió abonarle 30 pesetas mensuales de forma provisional, por el concepto de casa, hasta que se encontrara una más capaz.
Junto con Don Gil también estuvieron Don Carlos y Don Isaías, que era un hombre de poca estatura pero con un carácter fuerte y exigente. Entre los últimos maestros en pasar por Hortaleza hay que recordar a Don Pedro Bailen, procedente de Jaén, que estuvo en los años sesenta, después de la anexión a Madrid.
Entre las maestras que pasaron por el pueblo hay que recordar a Doña Natalia, que vivía en la casa de Aníbal, en la calle de la Lechuga, o Doña Amparo Martínez. También hay que mencionar a Doña Modesta, que coincidió con Doña Felisa y se encargaba de la enseñanza de los párvulos.
Sin duda el mayor recuerdo y reconocimiento deberá ser para Doña Felisa Lozano Aguilera que fue que dedicó, prácticamente su vida a la enseñanza de las chicas de Hortaleza. Doña Felisa era una maestra enérgica de mediana estatura pero con una voz típica de los maestros de entonces: autoritaria, potente y clara. Cuando corregía a sus alumnas se oían sus voces desde fuera de la escuela. Tal era el volumen de su voz que los viandantes que pasaban por los alrededores del colegio, guardaban silencio, como si se sintieran afectados por lo que estaba ocurriendo dentro de las escuelas.
Doña Felisa ha sido una maestra muy querida en el pueblo, basta preguntar a alguna de sus alumnas para percibir, junto con el respeto que se le tenía, el cariño que se la profesaba. Así el día 25 de Enero de 1948 cuando se cumplían los 25 años de permanencia en el pueblo, se le rindió un merecido homenaje por su brillante labor cultural en pro de la enseñanza primaria de Hortaleza.