Hablar de la industria en Hortaleza obliga a presentar, como idea preliminar, que se trata de una industria marginal derivada de la legislación de finales el siglo XIX, que trató de incentivarla, pero que fue acogida con escaso éxito más allá de las limitadas iniciativas privadas.
Quizá la iniciativa privada más notable fue la iniciada por D. Pedro Tobar Gutiérrez, notario de Madrid, que era el dueño de la finca Huerta de la Salud. Se propuso transformar una industria agraria basada en procedimientos manuales, en un proceso mecanizado de las labores agrícolas.
Con la implantación de procesos mecanizados consiguió una explotación importante de cereales en Hortaleza. La superficie dedicada a cereales era de 540 Hectáreas. Otras 20 Hectáreas se dedicaban a productos naturales y la extensión, dedicada a viñedos, era de 30 Hectáreas.
Los rendimientos fueron altamente satisfactorios pues se llegaron a recolectar 6.000 fanegas de trigo y 8.000 de cebada. El rendimiento alcanzado llego a 31.000 Kilos por hectárea, siendo motivo de admiración por algunos agricultores que, llegaron a Hortaleza para comprobarlo personalmente.
Con la devaluación del trigo, el Sr. Tobar, cambió la actividad agrícola, por un sistema forrajero, para alimento del ganado. Destinó, no sólo gran parte de la superficie agrícola que había adquirido en el término de Hortaleza, sino que construyó, en la finca del Cristo de la Salud, un silo de veinte metros de altura, junto a graneros, cuadras, establos etc.
La construcción del silo, en 1928, supuso una de las novedades constructivas de su época, tanto a nivel del municipio, como de España, por la utilización del hormigón armado para su construcción. Con el paso del tiempo y debido a la corrosión producida por los ácidos de la fermentación, tuvo que ser reforzado con unos aros de hierro.
El objetivo era obtener un forraje con un alto valor nutritivo para la alimentación del ganado, a través de un proceso de elaboración consistente en la fermentación de cereales, a base de agua y sal.
La aparición de los tractores y del resto de maquinaria agrícola en el pueblo, supuso un avance importante en las tareas agrícolas pero, desafortunadamente, coincidió con la bajada del precio de los cereales, especialmente el trigo, a consecuencia de las importaciones que se hacían en el País. En Hortaleza, la mayoría de esta maquinaria, estaba en manos de unos pocos vecinos: Además del mencionado Pedro Tobar, la tenían, los Padres Paules, Federico Núñez y Román Martínez.
Con el comienzo del siglo XX, se incrementó la base ganadera del municipio, pasando de 20 vacas hasta una cabaña que superó las 200. No ocurrió lo mismo con los cosecheros de vino, que habían disminuido notablemente. Tan sólo se dedicaban a esta actividad, de una manera industrial: Francisco Ballester, Antonio Gil, Cipriano Molpeceres, Eduardo Núñez y los Padres Paules
Con el avance del siglo aumentó la actividad industrial, así como el comercio en el pueblo, no sólo en lo referente a la exportación de todos aquellos productos que se elaboraban por sus vecinos, como granos, frutas, leche, aves y otros géneros sobrantes del consumo, sino que, a la vez, se importaban tejidos, ultramarinos y otras materias necesarias en el pueblo.
De una manera lenta pero indiscutible se iban estableciendo nuevas actividades en el municipio. Después de 1940 se produciría el mayor incremento industrial y comercial del municipio.
La central telefónica había pasado a manos de Josefa Morales, que era la viuda de Nemesio Santos. El servicio de correos, que se recibía todos los días a las 4 de tarde, lo desempeñaba Martín Ortega.
Existía un nutrido grupo de maestros albañiles, entre los que destacaban Celedonio de Castro, Evaristo Muñoz, Miguel Ortega y Rafael Ortega.
Las tiendas de comestibles estaban regentadas por Pedro Canora, Maria de Frutos y Miguel Morales.
Existían dos fruterías a nombre de Miguel Gavilán y José Rodríguez.
Las mayores exportaciones de frutos de la tierra la llevaban a cavo Antonia Álvarez y Federico Núñez.
También existían dos panaderías, una propiedad de José Centeno y, la otra, de los herederos de Juan Colino.
La pescadería era de Vicente Plaza.
También existía un molino de piensos a cargo de su propietario Jacinto González.
Entre los comercios existentes comenzaron ciertas reformas o mejoras. Así fue el caso de las tabernas, que se iban transformando en bares, o bodegas, donde ya no sólo se ofrecía vino sino, que era posible comer algún plato típico, especialmente carne, con alguna especialidad como era el caso de “La Bodega”, conocida como el Mesón “el Garnacho”.
Otro tanto ocurrió con la ampliación de la taberna de Miguel Morales “seis reales”, conocida como “La Taurina”, donde se jugaba al frontón desde antes de 1930. Sin embargo, otras tabernas, que habían sido punto de reunión en tiempos de la guerra, como la Taberna del Tío Eusebio y la de Pedro Canora, poco a poco, fueron perdiendo clientela y desaparecieron en el tiempo.
Uno de los sectores de mayor crecimiento fue el de la carne. Fruto, sin duda, de la recuperación económica del pueblo. Varios industriales se establecieron en Hortaleza: Nemesio González, León Ransanz y Ángel Martínez.
Otro sector, que presentaba cada vez más crecimiento y auge, era el de las tiendas de ultramarinos, o tiendas de comestibles, como eran conocidas, y en las que se podía encontrar, además de los productos alimenticios disponibles, todo lo relativo para las casas, desde jabón, estropajos para la limpieza, escobas etc. Etc.
Muy característico de la época eran el papel de estraza, para el envoltorio de los productos; la pieza de bacalao, colgada de una cuerda, y las típicas sardinas en arenque, que eran, junto con las legumbres, uno de los productos básicos de la alimentación diaria.
A lo largo de los años se había establecido una casa de Beneficencia en el Asilo de la Santísima Trinidad y la congregación religiosa de los Padres Paules, regentada durante bastantes años por el Prior Verecundo Pardo y las religiosas de las Trinitarias.
Con el ánimo de fomentar la actividad industrial, y el comercio de ganado, se pensó establecer un mercado en las Eras, en el que se pudiera comprar y vender todo tipo de ganado, como incentivo para su fomento, se pretendía que las transacciones que se hicieran durante el mismo, estuvieran exentas de toda clase de arbitrios. El mercado se establecería dos veces al mes, el primer y tercer domingo de cada mes.
No he encontrado referencia alguna sobre el desarrollo de este proyecto, por lo que deduzco que nunca tuvo actividad en el pueblo. Es posible que la idea obedeciera a un impulso de mimetizar los éxitos de otros lugares, ya que ni el momento, ni el lugar, eran los mas apropiados para entablar una actividad cuando se estaba a las puertas de la anexión a la Capital.
Existían tres o cuatro comercios, entre los que cabe destacar la tienda de los Tatos –Maria de Frutos-, la de Pedro Canora, la de Cesar, en el barrio del Lavadero y alguna otra mas pequeña, como la de Celestino Abad o la de la Señora Lazara.
La actividad industrial se completaba con las vaquerías, como la de Rafael, la de los Tatos, la de Paulino Abad, la de Francisco Moncada, la de Benito Muñoz, la de Federico Núñez y la de José Rodríguez.
También existía una peluquería a cargo de Teodoro Martín y el estanco, del que era propietario Pedro Canora.
Y para solaz y diversión de la juventud existía un salón de bailes, propiedad de Benito Muñoz.
Para el Ayuntamiento la recuperación económica de los comercios e industrias, suponía un mayor flujo de ingresos en la caja municipal y, cualquier iniciativa que incrementara el negocio en el pueblo, era bien acogida.
Así fue concedida una licencia a D. Juan Martín Rojo, que la había solicitado para establecer una industria de importación y exportación de productos en general, en la calle Ruiz de Alda, 16 de la población.
En 1946, se abrió otra carnicería a nombre de Ángel Ramos Ruano, en el Paseo del Sagrado Corazón número 3.
El matadero municipal se había trasladado a la finca del Palacio de San Miguel, en el camino del Cerro de las Piedras, en un local alquilado a Dª Antonia Álvarez Herránz.
En el año 1948, Adolfo Colino García solicitó licencia para instalar una carbonería en la Calle Cervantes, 5.
León Ransanz presentó una instancia para apertura de un local alquilado en el Palacio de Buenavista, con destino a limpieza de Callos y patas, de las reses sacrificadas en el Matadero Municipal.
Daniel Centeno Quinteiro solicitó licencia para un despacho de pan en la calle del Quinto, 3.
Hipólito Aragonés solicito licencia para instalar un aparato mecánico de sierra de ladrillos en la Callejuela, 5, en una finca de su propiedad.
El 3 de julio del 1949 se concedió licencia para la apertura de una frutería en la Calle General Moscardó, 3, a nombre de Jesús Vargas Morales y de un puesto de pescado en la calle de Madrid, 7, a Emilio Bailen Martínez.
También se estableció la fábrica de pan francés PAN TOAST en la Callejuela, que dio trabajo a muchos de los jóvenes inmigrantes de la época.