En la historia de Hortaleza hay dos circunstancias que han incidido notablemente en el desarrollo social y económico del pueblo. Por una parte la proximidad a Madrid y, por otra, su escasa actividad económica. Probablemente la primera ha tenido un fuerte influjo en la segunda.
A lo largo del siglo XVIII muchas de las actividades económicas del pueblo, especialmente las que ofrecían servicios básicos, eran ofrecidas por el Ayuntamiento, a través de acuerdos con determinados industriales.
Una de esas actividades era la de la tahona del pueblo, que tenía la obligación de abastecer de pan a toda la población. El contrato entre el Ayuntamiento y el tahonero, reflejaba las condiciones en las que se suministraba el pan para los vecinos de la villa. En el año 1786 estando al cargo de la tahona Andrés Hebranz, manifestó su disconformidad al Ayuntamiento porque los panaderos no acudían a comprarle el pan a él. En realidad este problema se producía con todos los tahoneros.
Los problemas surgían a la hora de fijar el precio y la calidad del pan, y por otra, todos los tahoneros pretendían que el Ayuntamiento se comprometiera a que los vecinos consumieran un determinado número de fanegas de harina diarias y que se prohibiera traer pan a la villa procedente de otras localidades.
La fragua, también, que se consideraba un servicio municipal y, en consecuencia, se ejercía un control sobre los precios aplicados. En el caso de Hortaleza, los contratos con los herreros, se extendían por un año, coincidiendo su renovación, a finales de junio, con el día de San Juan.
En 1787 Josef Montero presentó al Ayuntamiento las condiciones en que se comprometía a realizar los trabajos en la fragua durante los próximos meses:
Por cada labrador, que tuviera un par de mulas, se le deberían dar 85 reales, para lo cual se comprometía a aguzar 2 rejas y un par de gavilanes, haciendo un par de Callos, siempre que se le diera el hierro para ello.
Los labradores, o personas que no quisieran ajustar el trabajo por año, cobraría 5 cuartos por cada aguzadura; por cada punta, 11 cuartos; por cada Calza Punta, 6 ducados; por una Calzadura, 11 ducados; por una Bértola nueva, 3 ducados; por una Azuela, 7 ducados; por un par de Callos, dándole el hierro 15 cuartos y si no se le diera, 3 ducados; por una telera nueva, dando el hierro, 12 cuartos y si no, 2.
Otro de los productos, en torno al cual giraba un significativo negocio en Hortaleza, era el de la leña. La proximidad del Monte de la Moraleja hacía de la comercialización de la leña una actividad que reportaba al Ayuntamiento algunos ingresos.
A través de la venta de la leña se pudo restaurar la Capilla del Cementerio. En el año 1787, Benito Lozano, que era el regidor Jurídico de Hortaleza, se dirigió al Marqués de Contreras, que era el propietario del Monte de la Moraleja, para solicitarle licencia para cortar la bardaguera del monte y 28 álamos frescos. La idea era obtener algún dinero para reedificar la Capilla Del Santísimo Cristo de la Salud, que se encontraba en estado ruinoso.
Una vez obtenido el permiso del Marqués de Contreras, y cortada la leña, se procedió a su venta, que se llevó a cabo mediante subasta pública en el mes de Agosto. La primera puja se efectuó en 1.000 reales, y finalmente fue rematada y asignada a Manuel Martín en 1.600 reales de vellón.